marzo 04, 2008

Hacia adelante

Hace unos días escribía sobre mi bucle, mi vuelta empezar después de un tropiezo, pero en ese momento, solo pensé en las cosas malas que conllevan esos momentos.

Momentos que son del todo necesarios, porque son esas bofetadas en la cara que te hacen despertar del estupor. Esas bofetadas que te hacen sentir que estas vivo, y eso es saber que todo es finito; que el bar bajara la persiana, que dejaras de ser joven, que perderás a gente por el camino, y que al final morirás.

Recuerdo que lo que me hizo ver la luz la primera vez, fue el excelente y recomendable libro de Víctor Frankl, El hombre en busca de sentido. que me regalo Anna, y que aun hoy no se como agradecérselo. Ese libro fue el que me hizo dar cuenta de que en la vida necesitas tener fe en algo, en un motivo que te haga superar los problemas, que te haga superarte a ti mismo. Ahora no recuerdo todos lo motivos con detalle, pero básicamente fueron un montón de cosas que se basaban básicamente en estrujar la vida, en vez de disfrutarla, todos objetivos egoístas. Funciono muy bien durante una época, pero semejante Carpe Diem vació de fondo estaba condenado a fracasar. Bueno, no hay que ser tan críticos, me ayudaron un motón a mejorar, digamos que estaban poco trabajados y había muchos aspectos que estaban aun por construir, así que acabe por desinflarme por falta de gas.

Pero bueno, despues de una bofetada, y algunos días de reflexión, una larga conversación con Anna, y un texto de Alex Rovira Celma del País Dominical del fin de semana pasado que me ha pasado Rocio ( Os dejo mas abajo y lo recomiendo energéticamente) me ha hecho volver al ruedo definitivamente.

Evidentemente aun no tengo una nueva lista, aun estoy trabajando en ella, pero será infinitamente mejor que la anterior, mas trabajada, menos egoista, menos utopica, en definitiva mas madura, aunque si voy ha conservar alguna cosa.

Este post lo dedico a todos los que han perdido alguna vez el norte y todos aquellos que los han orientado.

LA HOJA DE RUTA PERSONAL

por Alex Rovira Celma.

“La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir”, repetía el eminente psicólogo Carl Gustav Jung a sus pacientes. El Tiempo fluye , los días pasan, y cada segundo que vivimos es un momento que ya no volverá. La vida, nuestra vida, avanza implacable. Porque una cosa es estar vivos, y otra bien distinta, es vivir la vida. Una cosa es ser simples espectadores del tiempo y el espacio que nos acompaña y define el escenario en el que nos movemos, y otra muy diferente es intervenir en el guión para modificar en la medida de nuestras capacidades y responsabilidades dicho escenario.

Pero, ¿hemos recibido las mínimas nociones necesarias para construir una hoja de ruta personal que nos permita definir proyectos anhelados, talentos que queremos desarrollar, iniciativas que queremos consolidar, causas a las que queremos contribuir, experiencias que deseamos vivir, legados que queremos dejar?

El Tiempo es breve. Vive el momento

Robin Willieams susurraba como una letanía carpe diem a sus alumnos en la película El Club de los poetas muertos, mientras éstos contemplaban en las vitrinas de su escuela viejas fotografías en color sepia de muchachos de su misma edad que pasaron por allí hacia largo tiempo y que ya habían muerto.

La juventud del presente contemplando la que había sido y ya no era servía cómo provocación al apasionado maestro para despertar a sus alumnos la conciencia de que el tiempo es breve, y de que merece la pena beber cada instante de la vida y crear un proyecto vital acorde con los anhelos de cada uno. A diferencia de lo que proponía el protagonista de la película a sus alumnos, a medida que pasa el tiempo y observo alrededor, crece en mi la viva sensación de que dejamos lo esencial para después del funeral. Me refiero a la reflexión sobre las cuestiones importantes de aquello que da sentido a nuestra vida, lo que la nutre, lo que aporta profundidad a nuestras experiencias, calidad a los momentos vividos, gratificación emocional e intelectual, vínculos afectivos potentes, islas de sentido, sensación de cumplimiento y plenitud: aquello por lo que merece la pena hacer el esfuerzo de construir muestra hoja de ruta y comprometernos a hacerla realidad.

Uno tiene la ocasión de constatar tal fenómeno en los desgraciados momentos que a todos nos toca vivir cuando se trata de despedir a alguien cuya muerte no estaba prevista en el guión. Como en Cuatro bodas y un funeral, la muerte del amigo o del ser amado que llega no sólo al inevitable duelo, sino también a cuestionarnos los PARA QUÉ de nuestra propia existencia y, eventualmente, a apretar al acelerador del coraje y atrevernos a crear nuevos escenarios existenciales.

El accidente mortal, el infarto o la enfermedad terminal nos hacen abrir los ojos súbitamente, con dolor, incredulidad, terror y angustia. Entonces, la fragilidad de la vida nos desnuda y abre la puerta a reflexiones y sentimientos que nos llevan a plantarnos qué sentido tiene la vida, nuestra vida; qué hacemos aquí, y si el modo en el que lo estamos haciendo nos convence o no.

Como en Mi vida sin mí, de Isable Coixet, la lucidez aparece por lo que podríamos llamar el efecto bofetada. Lo que no nos planteamos por convicción nos estalla en las narices por compulsión y reclama una respuesta. Entonces, la reflexión sentida y el sentimiento pensado se imponen. Ambos se necesitan para construir una hoja de ruta personal con un mínimo de sentido que alivie los efectos de la crisis y permita seguir andando con esperanza y con un propósito existencial.

Resignarse, Imaginar o Actuar.

Frente a la opción de construir y llevar a cabo una hoja de ruta personal existe la alternativa del abandono, de la resignación. Pero esa elección no resuelve ni la inquietud ni la angustia, ni el malestar. Más bien los acrecienta. Porque resignarse, como ser cínico, es fácil. Argumentos para la resignación y el cinismo jamás han escaseado en la historia, y tampoco lo harán en el futuro. Frente a ello, lo difícil, lo complejo, porque implica un compromiso y una acción coherente, es arremangarse y trabajar para cambiar y crear las circunstancias que dan sentido a la vida y hacen de este mundo un lugar mas habitable para todos. Diseñar una hoja de ruta personal, pero, por encima de todo, llevarla a la práctica, ése es el reto. Un reto que, como tal es un ejercicio de conciencia, coraje, responsabilidad y perseverancia.

Y es que no conviene confundir el diseño de una hoja de ruta personal con una declaración de intenciones o una lista de buenos propósitos. Entonces es fácil, incluso obvio, detallar una lista de buenas intenciones: adelgazar, hacer deporte, aprender algún idioma, leer mas, dejar de fumar.... Pero una hoja de ruta es mucho más porque implica no sólo una intención o un deseo, sino el compromiso para que eso se haga realidad en un contexto de planteamiento de vida mucho más amplio. Precisamente, los bueno propósitos tienden a fracasar y durar por lo general muy poco porque no están ubicados en un contexto más global que implique un cambio sistemático y significativo del estilo de vida.

El Norte de nuestra Brújula Interior: El Amor.

Pero ¿Para qué vivimos? ¿Por dónde empezar a diseñar esa hoja de ruta? ¡No es tan fácil saber lo que queremos, y menos, responder qué es lo que da sentido a nuestra vida! Para dar un primer paso, existe un ejercicio sumamente útil. Se trata de responder aquella pregunta que el doctor Víctor Frankl hacía a algunos de sus pacientes tras su experiencia como superviviente en los campos de exterminio nazis. Él, que sobrevivió a aquella terrible experiencia en cuatro campos de exterminio, entre ellos el de Auschwitz, donde murió asesinada toda su familia, constató en su propia piel y en la de otros supervivientes que “quien tiene un por qué vivir, entrará siempre un cómo”, y observó que esa regla era también útil y aplicable a situaciones cotidianas. Por ese motivo, y una vez finalizada la guerra y liberado del terror, cuando retomó su consulta psicológica y alguno de sus pacientes le decía que se encontraba deprimido, él le preguntaba, ajeno a toda ironía y sarcasmo: “Y usted, ¿Por qué no se suicida?”. Ante una pregunta de tal calibre, el paciente normalmente respondía que no lo hacía porque había alguien a quien amaba y con quien deseaba permanecer, cuidar o compartir la vida, o porque quería llevar a cabo algún proyecto. “Bien, entonces ponga su energía en cultivar la relación con esa persona o en crear las circunstancias para que el proyecto que tanto desea se lleve a cabo”, era el estilo de su respuesta.

Dicho de otro modo, lo que da sentido a nuestra vida, el eje de cualquier hoja de ruta personal, es el amor. Puede ser el amor a alguien o el amor a algo ( un proyecto, una causa, etc....). El amor está en el origen de toda hoja de ruta, pero es mucho mas que el punto departida: es también la fuerza que nos mueve a avanzar.

Luego, quizá para comenzar a diseñar nuestra hoja de ruta, pero es mucho más que el punto de partida: es también la fuerza que nos mueve a avanzar.

Luego, quizá para comenzar a diseñar nuestra hoja de ruta, la cuestión es plantearnos: ¿Qué es aquello por lo que decidimos seguir viviendo?, ¿Qué haríamos ahora si supiéramos que nos quedan, por poner una cifra, seis meses de vida?, ¿Qué es aquello que amamos y por lo cual merece la pena trabajar para dejar un legado que sea útil?

Responder a estas cuestiones puede darnos unas primeras pistas útiles para nuestra brújula interior.

¡ACCIÓN!

Pero la hoja de ruta requiere, además de respuestas anteriores, otros elementos de naturaleza mas concreta, más práctica.

Pero ello es necesario tomar lápiz y papel y dejar por escrito determinados aspectos que configurarán el mapa del viaje interior y exterior que queremos iniciar:

  1. Descripción de los motivos del cambio. Consiste en expresar y enumerar detalladamente las circunstancias que motivan el deseo de cambio de uno o varios aspectos de nuestras circunstancias. El hecho de obligarnos a escribir sobre ello nos permitirá una mayor conciencia de aquello que tiene valor para nosotros y de lo que nos llama a ser modificado.
  2. Elaboración del listado de objetivos personales. Es importante concretar los retos y especificarlos en forma de objetivos. Nos obliga a activar nuestra imaginación y visualizar el nuevo escenario. Un ejercicio que es útil para poder empezara ver y valorar que toda utopía es fácil de pensar, pero harto complicado de realizar.
  3. Recursos necesarios para conseguir esos deseos. Todo cambio implica una renuncia, Toda apuesta, una inversión. Cualquier viaje supone el ejercicio continuo de elecciones que implican descartes. Por ello conviene tener claro cuál será el precio que a modo de inversiones en tiempo, esfuerzo o recursos económicos deberemos asumir, y si estamos dispuestos a ello.
  4. Tiempo estimado de realización. Sin una fecha de realización no existe compromiso. Por ello es razonable definir un escenario temporal en el que queremos ver como se concretan los cambios y empezar a movernos cuanto antes.
  5. Firma. El último punto es el mas importante de todos. Para que se ejecute, una hoja personal requiere un firme compromiso. Requiere una firma. Sin ella no hay apuesta, no hay confianza; los puntos escritos anteriormente no los hacemos nuestros, no nos pertenecen si no damos validez al contrato que hemos redactado con nosotros mismo.

Parece un ejercicio simple y fácil, incluso banal. Pero no lo es, en absoluto. En realidad, pocas personas están dispuestas a asumir este simple ejercicio. El mero hecho de ponerse a escribir implica reflexionar sobre cuestiones que tenemos aparcadas y pendientes. Eso no es cómodo. Pero el ejercicio resulta sorprendente y sin duda, revelador.

Para aquellos que asuman el reto, feliz hoja de ruta y buena suerte. *

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bonito lo de que "el amor nos mueve para avanzar".
Comentario para reflexionar: ¿qué nos mueve para retroceder? ¿el odio o el miedo?

Desaliñado dijo...

Yo diria, aun a riesgo de quedar como un neo-chaman flipado, que todo los sentimientos negativos nacen del miedo.