diciembre 15, 2005

Viajando

Como cada día cojo el mismo tren, voy al mismo café. Pura rutina que me hace repetir los mismos pasos con absoluta precisión sin posibilidad de escape.

Centrado en la agenda del día no me doy cuenta de que ha empezado a llover y que un pequeño grupo está tocando al final del vagón. Las notas de un contrabajo me llegan mezcladas con la lluvia y el cadencioso traqueteo del tren.
El jazz siempre suena mejor en invierno. La lluvia, el día gris, frío sin contención… consiguen ese ritmo buscado pero no encontrado.

Al levantar la mirada descubro que delante mío se ha sentado la mujer mas bella que nunca hubiera podido imaginar, largo y rizado cabello rubio le cae sobre los hombros, detrás de unas pequeñas gafas me atrapa su mirada. Ninguno de los dos puede apartar la vista, sonreímos. Y así, empiezo a soñar.

El vagón se ha transformado en un antiguo vapor cruzando las montañas en hacia oriente, las gotas siguen golpeando el cristal, la música sigue sonando; los asientos, el suelo, las paredes… todo es de madera.

Cuando consigo despertar solo quedamos los dos en el tren, sin dejar de mirarnos nos levantamos y vamos hacia la puerta, mientras bajamos una sola frase sale de sus labios:
"Ha sido un placer "

1 comentario:

Desaliñado dijo...

La sensualidad del jazz, la compañía de un café, una copa y una dulce bailarina que te roba el corazón. En silencio me quedo, dejando pasar trenes y paisajes en los que he estado. Y el jazz sigue sonando, que se transforma en blues, y luego en house. Y en silencio me quedo, dejando pasar trenes y paisajes en los que no volveré a estar. El house se apaga dejando paso al murmuro clásico de un local que a finalizado su actividad. Y yo, en silencio, me marcho para coger nuevos trenes y ver nuevos paisajes.

El ambiente nos influye, puede inspirar-nos, puede volvernos melancólicos, inquietar-nos, e incluso puede llegar a cambiarnos.